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domingo, 19 de julio de 2020

"Sociedad liquidada"

Este artículo va dedicado a nuestros mayores, a esa generación que se desvivió y se desvive por nosotros y que ha sido tan maltratada por el dichoso virus.

Hay que ver cómo ha cambiado nuestra sociedad en los últimos 80 años, esa generación de posguerra que lo dio todo por el futuro de sus familias no ha recibido a cambio nada más que disgustos, sobre todo en estos últimos meses, debido al COVID'19. Y no hablo de falta de cariño por parte de descendientes hacia progenitores sino todo lo contrario, lo que ha habido es una gran falta de tacto a nivel institucional para abordar esta situación que padecimos, y que seguimos padeciendo ahora por culpa de esa juventud desarraigada que piensa que esto no va con ellos como si fueran superhéroes sin capa, y como vemos "el hombre es capaz de tropezar dos veces con la misma piedra".

"Juventud, divino tesoro" decía Rubén Darío en su "Canción de otoño en primavera" a principios del siglo pasado, pero en esa época no había ni tecnología ni tanto ocio, simplemente la juventud se dedicaba a ayudar a sus familias porque el hambre acuciaba. Y dicha juventud desconocía totalmente lo que se avecinaba, aquí y fuera, tres tremendas guerras que aún resuenan en nuestras conciencias y de las que deberían aprender los jóvenes de ahora, que solo piensan en hacer botellones y jugar a la PlayStation, pero poco piensan en estudiar y forjarse un futuro, con esto no quiero generalizar y esto demuestra también en ellos rebeldía por un mañana incierto. En cualquier caso, el pan hay que ganárselo y no esperar a que te lo den todo hecho como sucede en esta sociedad de estómagos agradecidos.

Gran razón tenía el sociólogo Zygmunt Bauman cuando acuñó el término de "sociedad o modernidad líquida", vocablo que encarna por un lado la creciente falta de valores que sobrevuela constantemente en nuestra época, y por otro la cosificación constante a la que estamos sometidos. Según Bauman: "la modernidad líquida, la sociedad líquida o el amor líquido son expresiones que definen el actual momento de la historia en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo y el matrimonio para toda la vida, se han desvanecido. Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador". 

¿En qué momento han cambiado estos valores que predominaban en la sociedad y se han cambiado por otros o simplemente han desaparecido? Esta cuestión es difícil de responder pero si nos atenemos al concepto de "analfabetismo" lo podemos entender adecuadamente. Si volvemos hacia atrás unos 60 años, podemos observar que multitud de personas no sabían leer ni escribir, y  buscando un futuro mejor aprendieron no solo lectoescritura sino también a integrarse donde inmigraron, muchas veces con una lengua diferente a la propia, siendo parte de la misma nación.

Debió ser muy duro, y hablo de forma ignorante como hijo de esa generación, tener que irte de Galicia a Cataluña, o de Extremadura al País Vasco, con una maleta medio vacía de cosas pero llena de sueños por cumplir, buscando sustento porque en tu terruño no te lo podían asegurar, pero con la esperanza de que el día de mañana habrías cumplido un proyecto vital, formando una familia y habiendo conocido a personas que te acompañarían en ese viaje que es la vida, personas que lo dejaron todo porque su propia familia no les podía mantener o no había trabajo para nadie. 

Y en cuanto podías regresabas unos días (afortunado el que tiene un pueblo para veranear) para ver a tu familia, para llevarles regalos o dinero y más de uno tomaba la misma decisión que habías tomado tú. Y cuando pensabas que ya no escucharías más esa dichosa palabra, "analfabeto", vuelve a resonar en sus cabezas de modo atronador, esta vez en su aspecto tecnológico. Entonces piensan si renovarse o morir, y también que ya es tarde para seguir el tren de la modernidad, esa modernidad líquida que ha pasado como un tren delante de sus miradas pero a la vez imperceptible, ya han luchado bastante ( o eso pensaban) y la jubilación es la prueba palpable de ello.

Pero cuando pensaban que los últimos años de su vida serían para descansar, disfrutar de la familia y retomar proyectos pendientes, viene un enemigo infame que se lleva por delante sus vidas sin dar tiempo a despedirse de los suyos, sobre todo en las residencias, un virus voraz que destroza de modo inmerecido miles de familias y causa secuelas que pueden ser aún peores, porque el miedo atenaza y hay personas que tienen miedo a salir de casa, están como muertos en vida y no entienden el porqué de esta venganza de la naturaleza, máxime cuando ellos nacieron en una época de crisis pero bien sanos.

A mí me hace gracia escuchar en la caja boba conceptos como "la curva", "la nueva normalidad", "número de casos", etc; todo eso está muy bien para estadísticas insulsas, pero se olvidan de algo muy importante: las personas. Toda la población fallecida son antes de todo personas y no números, no sé cómo la gente no tiene hartazgo ya de esa cosificación en el documento nacional de identidad, en el número de la seguridad social, en cualquier trámite que tengas que realizar...las personas no nos llamamos por la calle como si fuéramos números sino por nuestro nombre propio, y esto también forma parte de esa modernidad líquida que hace que las relaciones interpersonales sean muy diferentes ahora y hace 40 años. Para muestra un botón, si analizamos el comportamiento social de un pueblo pequeño y una ciudad grande, observamos que son el día y la noche.

Si alguien muere en una población pequeña te enteras al instante porque las verdaderas redes sociales son la gente mayor, si esto sucede en una población grande te avisan si es alguien allegado pero tu número de conocidos es ínfimo respecto a esa población, aunque depende también de la ubicación porque hay barrios que parecen pequeñas localidades, yo me crié en uno de ellos en Barcelona y aunque no fueran pequeñas casas pintadas de blanco sino grandes edificios, podías dejar el coche con la ventana bajada y hasta sacar mesas y sillas por la noche a la calle en verano, pero no era lo usual. Otro caso es ir a comprar, en un pueblo pequeño el dependiente ya sabe de antemano lo que vas a comprar, en una ciudad vas a comprar y pocas veces existe esa ley de que te dejen pasar si solo llevas una cosa y el de delante el carro lleno... y así podríamos seguir largo y tendido, lo que sí existe en la ciudad es más libertad a todos los niveles. Eso sí, en los pueblos eres Juan, Pepe o Carmen; en la ciudad eres el número de una tanda porque se ha perdido el respeto y la pregunta aquella de "¿quién da la vez?". 

Para finalizar, es muy triste no haber podido ver a tus padres durante tres meses y cuando los ves están con los ojos llenos de sufrimiento pensando que se han salvado por el momento, no quieren que subas a la que era tu casa por miedo a que los contagies y te ves obligado a verlos en la calle para que corra el aire, aunque nadie conoce a ciencia cierta el origen del virus infame. Pero aún es más triste desconocer el número de personas, porque somos personas, que han faltado en esta pandemia y que formaron parte de la generación más válida y luchadora que ha habido en este país. Bravo por ellos y por ellas, allá donde estén, un gran abrazo a esas familias y a los que han podido sobrevivir, mucha esperanza y nuestro cariño. Que no piensen que esa generación es una sociedad "liquidada", porque aún tiene mucho que vivir, de nuestras acciones depende.

Manuel Morillo Miranda