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domingo, 13 de febrero de 2022

Falsa equidad

Parece que es peor el remedio que la enfermedad si hablamos de nuestro amado u odiado balompié, y más en este caso cuando el remedio está causando tal galimatías que nadie se aclara. Aunque no es cuestión de buscar culpables sino de hallar soluciones, en este caso las culpas se deben repartir entre dos actores: los árbitros y la tecnología. En los últimos tres años y pico han sucedido dos acontecimientos, no coincidentes, destinados en teoría pero no en la práctica a mejorar el desempeño del llamado deporte rey: la profesionalización de los trencillas y la implantación del asistente de videoarbitraje, más conocido como VAR, aunque en orden inverso. 

Primero apareció el VAR, una herramienta digital que tenía, y tiene, como función hacer de gran hermano y arribar donde la visión del árbitro, los jueces de línea y el cuarto árbitro no llegaba. Pero lo que estaba en disposición de ser un buen ingenio se convirtió pronto en una pesadilla, por las constantes malas interpretaciones del juego, primero, y por la desidia de quien debe repartir equidad, después. Este novedoso invento llegaba para intentar que el fútbol fuera un deporte más justo y que repartiera justicia por igual a todos los equipos, pero la verdad es que nadie está contento con su implantación. Y si comparamos el funcionamiento de esta herramienta con otros países, podemos decir sin rasgarnos las vestiduras que la misma no ha ocasionado ni la mitad de polémicas que aquí. 

Pero, ¿Qué función tiene, aparte de sumar dos árbitros más a la ecuación, este asistente de videoarbitraje? Lo podemos reducir a esta afirmación: hacer la vida más cómoda a los colegiados. La cuestión es que, después de tres años largos de andar y desandar camino, aún no hay unanimidad sobre los casos en los que el árbitro debe actuar por sí mismo o debe hacer caso de ese "ojo que todo lo ve". En principio, el VAR estaba destinado a revisar acciones como: fueras de juego dudosos de verdad cuya consecuencia afectara al resultado, decidir si un lance es tarjeta amarilla o roja dependiendo de la peligrosidad inadvertida en primera instancia por el árbitro, equivocaciones en el dorsal de un jugador amonestado, uso indebido de las manos en el área y agarrones en la misma, etc., 

Pero este invento no puede, o no debe, entrar a valorar si una acción es penalty o no porque depende de la interpretación del árbitro; si una acción es falta o no, a no ser que acabe en gol y haya que anularlo por falta previa al inicio de una jugada anterior sin interrupción; o estar pendiente del tiempo efectivo de juego para añadir más o menos tiempo, aspecto éste que parece cachondeo puro porque cada uno hace lo que le viene en gana. A esto hay que sumarle la tecnología del ojo de halcón como en el tenis, para observar si el balón entra o no en las mallas, pero hasta esto falla a veces. Lo irrisorio del caso es ver que los "invidentes- asistentes", con perdón de los invidentes de verdad, son capaces hasta de medir una jugada dudosa con una regla si no lo tienen claro, y ponen imágenes que no resuelven nada y enfurecen a los aficionados. 

Respecto a los colegiados españoles, se suponía que si se convertían en profesionales su preparación mejoraría ostensiblemente, a lo mejor en un planeta paralelo podría ser pero no en el nuestro, y menos cuando la tecnología los ha abducido y acomodado. Está claro que el VAR ha provocado una infantilizacion arbitral, están más pendientes de las decisiones del VAR que de las que deben realizar; es como cuando el pupilo sale al encerado a realizar una ecuación y está mirando de reojo al docente para percibir su aprobación o desaprobación. En cualquier caso esto está provocando que algunos partidos tengan casi la duración de uno de baloncesto o que se anulen goles cinco minutos después de haber sido en principio dados como correctos; vamos, un guirigay constante y confuso. Antes sabías de antemano la duración de un partido, ahora lo dejas en manos de la Divina Providencia o el azar y rezas para que al final nadie se lesione o se produzca algo raro en las áreas, porque lo mismo te vas antes del estadio pensando que está el resultado resuelto, valga la redundancia, y al llegar a casa te llevas una sorpresa mayúscula. 

Esperemos que se pongan de acuerdo de una vez, la justicia ha de ser ciega, imparcial, equitativa, distributiva, etc; y la tecnología debe ayudar en vez de estorbar. Mejor dicho quien la usa, hay que dejarse de medias tintas y no mirar el prisma cada uno según le convenga. Sino más vale la pena volver al fútbol en esencia, más valía lo malo conocido que lo bueno por conocer. 
 

sábado, 12 de febrero de 2022

"Mediocridad y excelencia"

Si atendemos ahora al significado del término mediocre, sería algo parecido a éste: "Aquel o aquella persona que no tiene un talento especial o no tiene suficiente capacidad para la actividad que realiza", pero esta definición se queda corta o no deja de ser un eufemismo, creo que habría que sustituirla por: "aquella persona que no sabe hacer la O con un canuto". Pero si vamos más allá, en su etimología latina de "mediocris", ser mediocre es ser persona común o vulgar, y tiene como sinónimos el ser mezquino, ruín y que realiza un esfuerzo mínimo en el desempeño de sus funciones. Si Joaquín Sabina decía en una canción: "Pongamos que hablo de Madrid", cambiamos lo segundo para hablar de los políticos. 

Y es que en la clase política se ha instalado definitivamente la mediocridad, y la excelencia brilla por su ausencia. Tanto monta, monta tanto, un partido como otro, lo peligroso es ver como se juegan a los chinos nuestro porvenir. Mediocre es el que se enfrenta a los ganaderos y luego se pone ciego de venado; mediocre es el que es capaz de errar tres veces (las mismas que negó Judas) en una votación sobre un tema que les parece baladí sin serlo, como es la reforma laboral, y que traerá cola seguro; mediocres son los que se saltan las reglas de partido y no aceptan luego el castigo; mediocre, la que más, es la que posibilita un decreto para subir el salario mínimo interprofesional pensando que el dinero cae de los árboles, que todos los trabajos son iguales e inevitablemente provocará la subida del paro irremisiblemente al contrariar a la patronal; mediocre es la persona que ha vendido cual Fausto su alma al diablo y ha consentido que psicópatas con utopía exacerbada estén cerca de sus familias para ser jaleados. Y la lista no tiene fin. 

Pero lo que se pasa de castaño oscuro son los pactos políticos, que poco se parecen al "pacto o contrato social" primigenio. No sabemos qué pensarían Hobbes, Locke o Rousseau al respecto, antes de nada los dos primeros le darían un puntapié al fiestero para sacarlo de Downing Street, Rousseau estaría más tranquilo y se daría un garbeo por los jardines de Versalles o por Berna. En cualquier caso estarían horrorizados con lo que sucede aquí: pacto cuando quiero y donde quiero con tal de perpetuarne en el poder. Lejos está el concepto de Estado en España del Leviatán de Hobbes, más cerca está de ese Estado de naturaleza de guerra de todos contra todos, ese "homo hominis lupus est". "El hombre es un lobo para el hombre", frase acuñada por el comediante Plauto, que influyó mucho en Hobbes, y que refleja ese carácter individualista, egoísta y violento del hombre; otrora en un nivel pre-social, ahora en otro incalificable porque ya no se sabe si estamos en un período de evolución o involución, que cada quien piense lo que quiera. 

Si hablamos de Locke, estaría indignado con la versión 3.0 de su concepto de "propiedad privada", que se lo digan a la multitud de personas que con el sudor de su frente lucharon para tener una segunda residencia que en pandemia no han podido disfrutar; resulta que cuando acaba nuestro encierro, forzoso y coartado, se encuentran su segunda propiedad tapiada y habitada, todo ello merced a mediocres personas; por mentar dos sin hacerlo, uno que ya se ha largado a la francesa después de lucrarse, pero que ha dejado a la rémora de su ex de ministra, y otra que hace de alcaldesa pero que en su pensamiento aún quedan brasas anti-sistema. 

Respecto al concepto de "voluntad general o soberanía popular", Rousseau pensaría que dar el poder a estos mediocres es como dar margaritas a los cerdos, y se preguntaría probablemente cómo es posible que esa voluntad general se haya devaluado tanto, y se busque siempre el bien propio en vez del utilitarismo social.  Quizás quien esté más contento es Maquiavelo... el fin, su fin, justifica los medios, sus medios. La esperanza es que entre tanta mediocridad se aprecian brotes verdes de excelencia, que llegue a buen puerto depende de ser fieles a su personalidad y no dejarse llevar por el derrotismo, la negatividad... y la mediocridad. Excelencia y mediocridad son vocablos reñidos, condenados a desentenderse, pero se supone que es más difícil pasar de lo segundo a lo primero, dudo mucho que un mediocre llegue a lo máximo sin saltarse las normas morales y legales.