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sábado, 12 de febrero de 2022

"Mediocridad y excelencia"

Si atendemos ahora al significado del término mediocre, sería algo parecido a éste: "Aquel o aquella persona que no tiene un talento especial o no tiene suficiente capacidad para la actividad que realiza", pero esta definición se queda corta o no deja de ser un eufemismo, creo que habría que sustituirla por: "aquella persona que no sabe hacer la O con un canuto". Pero si vamos más allá, en su etimología latina de "mediocris", ser mediocre es ser persona común o vulgar, y tiene como sinónimos el ser mezquino, ruín y que realiza un esfuerzo mínimo en el desempeño de sus funciones. Si Joaquín Sabina decía en una canción: "Pongamos que hablo de Madrid", cambiamos lo segundo para hablar de los políticos. 

Y es que en la clase política se ha instalado definitivamente la mediocridad, y la excelencia brilla por su ausencia. Tanto monta, monta tanto, un partido como otro, lo peligroso es ver como se juegan a los chinos nuestro porvenir. Mediocre es el que se enfrenta a los ganaderos y luego se pone ciego de venado; mediocre es el que es capaz de errar tres veces (las mismas que negó Judas) en una votación sobre un tema que les parece baladí sin serlo, como es la reforma laboral, y que traerá cola seguro; mediocres son los que se saltan las reglas de partido y no aceptan luego el castigo; mediocre, la que más, es la que posibilita un decreto para subir el salario mínimo interprofesional pensando que el dinero cae de los árboles, que todos los trabajos son iguales e inevitablemente provocará la subida del paro irremisiblemente al contrariar a la patronal; mediocre es la persona que ha vendido cual Fausto su alma al diablo y ha consentido que psicópatas con utopía exacerbada estén cerca de sus familias para ser jaleados. Y la lista no tiene fin. 

Pero lo que se pasa de castaño oscuro son los pactos políticos, que poco se parecen al "pacto o contrato social" primigenio. No sabemos qué pensarían Hobbes, Locke o Rousseau al respecto, antes de nada los dos primeros le darían un puntapié al fiestero para sacarlo de Downing Street, Rousseau estaría más tranquilo y se daría un garbeo por los jardines de Versalles o por Berna. En cualquier caso estarían horrorizados con lo que sucede aquí: pacto cuando quiero y donde quiero con tal de perpetuarne en el poder. Lejos está el concepto de Estado en España del Leviatán de Hobbes, más cerca está de ese Estado de naturaleza de guerra de todos contra todos, ese "homo hominis lupus est". "El hombre es un lobo para el hombre", frase acuñada por el comediante Plauto, que influyó mucho en Hobbes, y que refleja ese carácter individualista, egoísta y violento del hombre; otrora en un nivel pre-social, ahora en otro incalificable porque ya no se sabe si estamos en un período de evolución o involución, que cada quien piense lo que quiera. 

Si hablamos de Locke, estaría indignado con la versión 3.0 de su concepto de "propiedad privada", que se lo digan a la multitud de personas que con el sudor de su frente lucharon para tener una segunda residencia que en pandemia no han podido disfrutar; resulta que cuando acaba nuestro encierro, forzoso y coartado, se encuentran su segunda propiedad tapiada y habitada, todo ello merced a mediocres personas; por mentar dos sin hacerlo, uno que ya se ha largado a la francesa después de lucrarse, pero que ha dejado a la rémora de su ex de ministra, y otra que hace de alcaldesa pero que en su pensamiento aún quedan brasas anti-sistema. 

Respecto al concepto de "voluntad general o soberanía popular", Rousseau pensaría que dar el poder a estos mediocres es como dar margaritas a los cerdos, y se preguntaría probablemente cómo es posible que esa voluntad general se haya devaluado tanto, y se busque siempre el bien propio en vez del utilitarismo social.  Quizás quien esté más contento es Maquiavelo... el fin, su fin, justifica los medios, sus medios. La esperanza es que entre tanta mediocridad se aprecian brotes verdes de excelencia, que llegue a buen puerto depende de ser fieles a su personalidad y no dejarse llevar por el derrotismo, la negatividad... y la mediocridad. Excelencia y mediocridad son vocablos reñidos, condenados a desentenderse, pero se supone que es más difícil pasar de lo segundo a lo primero, dudo mucho que un mediocre llegue a lo máximo sin saltarse las normas morales y legales. 

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